31/5/08

Las políticas activas y las estrategias positivas han de ir, en primer lugar, enfocadas a la producción de “arquitectura de emisión cero”

La cuestión de la sostenibilidad, como concepción de frente integral contra el cambio climático, ha alcanzado con buenas razones al debate urbanístico. El sector residencial contribuye de manera importante a la emisión de gases de efecto invernadero, y tiende a incrementar su intensidad de consumo energético. Aún cumpliendo la Ley del Suelo, que sin duda significa un gran avance y un punto de partida para revertir un proceso de sobreexplotación del mismo, el Código Técnico de la Edificación y la Certificación Energética de edificios, tendremos muchas dificultades para poder cumplir con Kyoto.

De cara al futuro necesitamos una cultura de protección y de preservación del suelo como recurso y patrimonio colectivo. Necesitamos instalar un urbanismo con análisis previos de impactos sobre el territorio, freno a los procesos de sobrecalificación de suelo apto para urbanizar, buena base de ordenación, mayor y mejor planificación, inserción apropiada en la ciudad, agilidad administrativa y atención creciente al paisaje y a la calidad de la forma urbana.

En consecuencia, las políticas activas y las estrategias positivas han de ir, en primer lugar, enfocadas a la producción de “arquitectura de emisión cero”, o lo que es lo mismo a promover arquitecturas de energías renovables, de bajo consumo de recursos y que sean “nichos” de emisiones por sí mismas, o mediante sus entornos, utilizados como sumideros, lo que significa un cambio radical en la manera de proyectar los sistemas y sus áreas de influencia.

La arquitectura como yacimiento de emisiones y producción de energía es un objetivo ya de esta década, pero no será suficiente si no pensamos en barrios y distritos ecológicos, lo que quiere decir actuaciones integrales de “energías limpias” y “emisión cero” en partes importantes de las ciudades, que ataquen en origen las fuentes de emisión.

Esta posición activa significa proyectar pensando en no emitir, emitir menos o mitigar más. Y este desafío hay que ponerlo en la misma raíz del urbanismo público y privado. El diseño inteligente de los territorios no puede basarse en la mera singularidad que añade valor de marca al concepto de lo sostenible. Hay que hacer un esfuerzo complementario para instrumentar políticas de nuevo cuño que estabilicen la forma y las metodologías de conocimiento sobre la ordenación urbana en un nuevo contexto cultural y tecnológico

El desafío de cambiar los parámetros de nuestra producción de ciudad pasa por hacer ciudades avanzadas mediante un urbanismo de redes, de capas y multidimensional. Urbanismo de redes, es decir, un urbanismo que no sea estanco respecto de la necesaria porosidad de los sistemas ambientales, limpieza de emisiones por sinergia de las redes de energía, recursos, agua, electricidad, saneamiento, etc. Un urbanismo de capas que tenga tanto interés en el subsuelo como en el cielo y que estructure muchas dimensiones a la vez, teniendo en cuenta la eficacia del contexto, la eficiencia socioeconómica y la responsabilidad hacia el medio físico. No solo el “lugar” sino las implicaciones del entorno y los límites. Unos límites que deben dejar de ser herméticos y autistas, para convertirse en elementos de intercambio dinámico y de flujo de energías desde la arquitectura a la ciudad en un proceso reversible de ida y vuelta.
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