China no sólo está dispuesta a tragarse las menguantes reservas de crudo del mundo, sino que también está agotando aceleradamente el resto de las materias primas de la Tierra, en su alocada carrera por ponerse a la altura de EE UU. En estos momentos, los chinos constituyen la quinta parte de la población del planeta, pero consumen la mitad de su cemento, la tercera parte de su acero y más de una cuarta parte de su aluminio. China cuenta ya con 7.000 altos hornos (el doble que en 2002) y genera el 37% de toda la producción siderúrgica mundial.
Para mantener semejante voracidad desarrollista, Pekín se ha convertido en un nuevo imperio colonial que se apodera masivamente de los recursos naturales de África y engulle las reservas de petróleo, gas, carbón y metales desde Canadá a Indonesia y de Kazajstán a Australia. Y siempre trata de hacerse con los yacimientos, de comprar las compañías que los explotan o al menos de adquirir la exclusiva de los derechos de exploración.
Las colas de supermercantes que esperan su turno para cargar en el puerto australiano de Newcastle carbón destinado a China han llegado a extenderse 79 buques uno tras otro. Las importaciones chinas de mineral de hierro para la siderurgia están reduciendo a polvo montañas enteras en el centro de Australia.
Este astronómico boom económico chino también está esquilmando sus propios recursos internos y degradando el medio ambiente a marchas forzadas. La lluvia ácida de las térmicas está acabando con las cosechas agrícolas de China y ni siquiera el colosal Río Amarillo es capaz de arrastrar bastante agua como para abastecer a las industrias y cultivos que se expanden a su paso.
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25/5/08
Pekín se ha convertido en un nuevo imperio colonial que se apodera masivamente de los recursos naturales
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