Lo que eufemísticamente llamamos 'huerto solar', ahora de actualidad en los medios de comunicación por posibles irregularidades en sus concesiones, consiste en una instalación de captación de energía solar fotovoltaica, que tiene más de establecimiento industrial que de huerto.
Equiparando las placas solares a las cebollas y los rábanos se está legitimando una actividad en medio del campo que no se admite para otro tipo de implantaciones industriales.
Es preocupante cómo, de un tiempo a esta parte, estamos llenando el paisaje de nuestra tierra de artilugios que lo están deteriorando a velocidad de vértigo, una materia prima, el paisaje, que es sumamente importante para otras actividades productivas como el turismo o simplemente por su valor cultural.
A las tradicionales torres para soporte de las líneas de alta y media tensión, los esqueléticos 'pívots' para el riego, los invernaderos, las construcciones abandonadas, como gallineros, caseríos y pueblos enteros, a todo ello, se está añadiendo en tiempos recientes una proliferación excesiva de aerogeneradores y multiplicidad de torretas de telecomunicaciones en las cúspides de cerros y montañas, creando una densidad pastosa de cachivaches que están deteriorando gravemente el paisaje. A añadir las graveras, las infraestructuras que dejan terraplenes y rellenos sin la pertinente restauración, vertederos de tierras y de residuos descontrolados, industrias que tienen patente de corso para instalarse a la carta donde les venga en gana en medio del campo, por no reseñar un repertorio de procesos de urbanización en lugares sensibles. Y como guinda póstuma a este desaguisado, los 'huertos solares'.
No comprendo el desprecio que los españoles en general tienen sobre su paisaje cuando lo comparo con el cuidado con que tratan al suyo franceses, ingleses o alemanes, los cuales naturalmente no han renunciado al progreso, pero que cuando intervienen en el paisaje lo hacen con el esmero de un cirujano plástico que no sólo arregla un despropósito, sino que lo deja aún más hermoso. Un botón de muestra: los franceses no permitieron la conexión eléctrica con Cataluña a través de los Pirineos hasta que no se aceptó que fuera enterrada.
Si existen intervenciones que no queda más remedio que hacerlas, al menos exíjase que se hagan con cuidado y restaurando o mejorando el paisaje. Pero hay otras actuaciones que no solo son evitables, si no que no tienen ninguna racionalidad, nos cuestan dinero y para colmo deterioran un bien preciado como es el paisaje. Es el caso de los 'huertos solares' que últimamente proliferan en pleno campo conviviendo con cereales y viñedos.
Naturalmente que estamos a favor de las energías alternativas, y en el caso de la fotovoltaica una fuente de energía renovable que tendrá un gran futuro cuando se solucionen los dos problemas que la lastran, como son el alto coste de las células de silicio y su baja eficacia. Pasar del 15 % del aprovechamiento de la energía solar que impacta sobre dichas células al 30% que se prevé a medio plazo, será decisivo para impulsar esta fuente inagotable de energía.
La ubicación de los establecimientos para la captación de energía solar o eólica debe hacerse ordenadamente como se exige para otras actividades. Para ello es imprescindible legislar requiriendo unas condiciones para su implantación que despejen toda duda de discrecionalidad en las concesiones, máxime estando subvencionadas.
Esos criterios debieran fundamentarse en al menos dos principios: máxima eficacia energética y mínimo impacto ambiental. Y en cualquiera de los casos debería tratarse como una actividad industrial más, y no como actividad agrícola.
Para conseguir el máximo aprovechamiento energético se debe valorar en primer lugar aquellos proyectos que se ubiquen en las proximidades de las áreas de alto consumo eléctrico, para conseguir de ese modo minimizar las perdidas por transporte, como es el caso cuando los paneles solares se sitúan sobre los edificios de las áreas urbanas. El lugar más idóneo son las extensas cubiertas que cubren las naves en los numerosos polígonos industriales que bordean las ciudades.
Es precisamente en estos polígonos industriales donde mayor es la demanda de energía eléctrica, y donde coincide el horario de máximo consumo con la máxima producción solar de energía: las horas diurnas. A eso se añade el beneficio térmico que procuran los paneles sobre las cubiertas ya que evitan el sobrecalentamiento en verano de las naves (y en cualquier edificio en general), capturando la radiación solar y creando el efecto sombrilla. Dicho de otro modo, se evita en gran medida la necesidad de refrigeración de las edificaciones. Son pues en estos polígonos donde mayor eficiencia se obtendría de los paneles fotovoltaicos y donde menor impacto ambiental causarían, al situarse en zonas urbanas consolidadas.
Y si admitimos en última instancia que deban instalarse en el medio rural, al menos exíjase que sea en suelo de escaso valor productivo, en las proximidades de las naves agrícolas y bordeando la instalación con vegetación arbórea para mitigar el impacto visual.
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