23/11/08

El Cañón del río San José (en Arica, Chile) uno de los pocos humedales del desierto de Atacama

Considerado como uno de los pocos humedales del desierto de Atacama, el cañón del río San José, en Arica, Chile, cuenta con una alta diversidad biológica, ambientes que van desde las pampas más áridas del planeta hasta tupidos cañaverales, pequeños bosques de pimiento y una gran riqueza arqueológica. En una caminata de tres a cuatro horas, pude observar ecosistemas bullentes de vida a poca distancia de pampas completamente inertes. Este gran contraste hizo mi viaje único y místico.

Para llegar al cañón me contacté con la empresa de trekking local San José Canyon Co. (sanjosecanyon@gmail.com) que cuenta con diferentes ofertas de trekking para diferentes niveles de desempeño físico y cuyos circuitos recorren las rutas más representativas desde la costa hasta el altiplano. Partimos alrededor de las 05.30 AM desde mi hotel, y en plena noche aún, recorrimos más de 40 kilómetros valle arriba. El pavimento acabó y seguimos internándonos por un camino de tierra hasta que este mismo camino llegó a su fin cortado por el pedregoso río San José. El guía detuvo el truck y me entregó un silbato, protector solar y me explicó que nos encontrábamos en Ausípar, en el inicio del camino. Apartándonos un poco hacia el norte, pero muy cerca de la camioneta, pude observar lo que un ojo poco entrenado no ve a la primera vista: una enorme piedra colgante completamente tatuada de petroglifos antropomorfos y otras figuras de espectacular diseño. Tras unos instantes, el guía comienza explicándome que mucho antes de la invasión española (desde el año 1500 DC) las pocas y pequeñas mesetas de este sector eran explotadas por pequeñas comunidades rurales y que si bien, éstas tuvieron contacto con el imperio inca, nunca fueron absorbidas por él, situación que se refleja en el diseño del petroglifo.

El primer tramo del trekking se inicia por el borde del río, que tiene en sus partes más hondas hasta 40 cms de profundidad. El guía me explica que las precipitaciones anuales bordean apenas los 0.5 mm de agua, es decir, casi nula y que el ecosistema se mantiene exclusivamente por el agua que llega desde el río. El ambiente a esta hora de la mañana es fresco y agradable. Tras 30 minutos de caminata, nos detenemos en una pequeña meseta que sirve de escenario de entrada al imponente cañón. Las proporciones son tan majestuosas que el sitio arqueológico a mi lado pasa inadvertido hasta que el guía me hace notar varias agrupaciones de rocas que a primera vista parecen dispuestas al azar. Se trata de las bases de un pequeño asentamiento agrícola de más de 500 años de antigüedad. Todas las pequeñas “casas” dan hacia un espacio comunitario central. El guía me señala restos de alfarería en muy buen estado de conservación y algunos restos humanos que aún descansan acá. Luego de un momento y beber un poco de gatorade, continuamos hacia el cañón. La temperatura ha subido considerablemente desde que el sol se alzó en el horizonte.

Continuamos nuestra caminata, esta vez atravesando por el medio el cañón. La sensación es indescriptible. Se siente como si el mundo hubiera nacido acá. El río suena con sordo estruendo amplificado por las paredes del cañón y las golondrinas vuelan rápido sobre mi cabeza. El viento es fresco, la vegetación abunda y me siento muy pequeño entre estas paredes. Hasta ahora, no me he cruzado con ninguna persona más.

Antes de salir del cañón y continuar, el guía me indica que me saque la polera y meta mi sweater al agua del río y luego, me obliga a ponerme el sweater mojado y sin polera. Además, hace aplicarme una nueva capa de protector solar. Sucede que vamos a la segunda etapa del trekking: las pampas desérticas.

A tan solo tres minutos de iniciada la caminata desde el cañón, la vastedad del desierto más árido del planeta aparece a mis pies. Un paisaje que parece sacado de la luna está completamente ante mí y parece no tener fin. El guía me indica que estas pampas han sido utilizadas como caminos desde tiempos inmemoriales por las diferentes culturas que han habitado el lugar, y que aún sirven de ruta para arrieros.

Nos detenemos a escuchar y lo único que puedo distinguir es el viento y mi respiración. Acá la sensación de inmensidad comienza a convertirse en una experiencia mística. Siento que nunca antes he estado tan lejos de la civilización. Nada se mueve. Todo está exactamente igual que hace millones de años. El rumor del río quedó atrás y si no lo hubiese visto, no creería que un pequeño río corre cerca.

Tras unos momentos, aparece una apacheta, un amontonamiento de piedras que sirven tanto de orientación como de adoración cristiano-pagana. La caminata es agotadora a momentos porque hay tramos en subida. La exposición al sol es total y no puedo ver ni un lugar resguardado. El sweater que antes había mojado en el río se encuentra totalmente seco. El guía me explica que la única manera de atravesar estas pampas es como lo venimos haciendo: completamente aislados del sol de pies a cabeza, lo único que hemos dejado expuesto son las manos.

Cuando el camino comienza a transformarse en una verdadera prueba psicológica, de la nada y tras una curva, aparece un frondoso árbol que marca el retorno hacia el curso del río. Descansamos un momento, bebemos más gatorade, y comenzamos el regreso hacia el vehículo, pero esta vez no volvemos por las áridas pampas, sino que por el borde del río, por un ecosistema más verde y resguardado que el que visitamos antes.
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